Me sentía tan sola aquella mañana e intente animarme un poco. Baje de prisa las escaleras y me instale en la cocina, cruce mis brazos sobre la barra y acomode mi cabeza de lado mientras mi madre preparaba pan francés. Me ofreció sentarnos juntas y compartir el jugo pero era tanto mi desanimo que no respondí y a ello le siguió un grito llamando a mi padre – ¡Cielo… el almuerzo está listo! ¿Bajas o lo llevo a tu habitación? Preguntó impaciente mi madre. No recuerdo haberlos visto después de eso en casa, me levante y subí de nuevo a mi recámara. Mi cabello lucía desarreglado, mis pijamas estaban fruncidos por los días que llevan sobre mi cuerpo. Me tumbe sobre la cama individual aun con las colchas revueltas y entre en un largo sueño.
Al despertar era tarde, no entraba la luz por mi ventana y salí a buscar a mi madre. Me detuve frente a la barandilla de las escaleras y antes de bajar me percaté que nadie me acompañaba, solo las luces del árbol de navidad en la estancia apagaba y prendía al compás de un villancico. Baje y busque un vaso de leche, lo tome a prisa y sentí que ya nada tenía sentido. Mis tripas se removieron por la inanición de ya dos días. Empuje la puerta del baño de mi recámara, giré las perillas del agua y me quité bruscamente la ropa, sentí que mis costillas eran cada vez más visibles y tire de las bragas con rencor. Para ese entonces el vapor empezaba a inundar la habitación. Me di vuelta una vez desnuda y me causo aversión verme frente al espejo al mismo tiempo que presionaba play en el reproductor. Comenzó a sonar “When a blind man cries” y eleve el volumen sobre el ruido que hacía el agua al caer. Me duchaba y mientras pasaba mis manos por sobre los ojos aguantaba las ganas de llorar. Me prometí nunca derramar una lágrima por una relación como la que había terminado hacía escasas horas. No recordaba haberme sentido tan desolada; al parecer en el colegio me harían repetir cursos en verano y eso también me preocupaba. Me sumergí en la tina y contuve la respiración tanto como me fue posible, pero después de unos minutos emergí de un repentino sobresalto y golpee la superficie del agua espumosa con furia. Un calor me quemaba las entrañas y tomé del cajón unas tijeritas con las que mi padre suele recortar su barba. En un solo movimiento hice un corte a lo largo de mis muñecas y las metí al fondo de la bañera sin emitir ningún tipo de quejido, mi rostro parecía esbozar una sonrisa y la música cambio de ritmo… Led Zeppelin comenzaba con su hermosa guitarra a desvanecerse en mis oídos, “Bebe I`m gonna leave you” fue la última frase en escucharse y mis ojos se cerraron entrando en un sopor tranquilizante.
(El agua sigue cayendo hasta correr por el pasillo…)
Después de aquella escena lo que sigue son mis padres y hermana rodeándome con un gesto de enojo y alivio al mismo tiempo. Recuerdo no haber dicho una sola palabra a lo largo de días y noches interminables dentro de aquel mal oliente hospital.
Por fin era hora de regresar a casa, esperaba con ansias terminar lo que había comenzado en el cuarto de baño. Mi madre acomodaba todo lo necesario en una maleta de color azul y mi padre parado en la puerta miraba hacia la ventana cabizbajo. Me dispuse a retirar la bata rasposa y ponerme un traje deportivo, las heridas dolían en cada uno de mis movimientos. Una enfermera llamo a la puerta haciendo una seña con la mano forzando a salir a mis padres al pasillo. No pude escuchar nada de lo que ahí se dijo, entraron con la piel pálida y emitiendo grandes respiros, como si el aire de afuera no fuese suficiente.
Nos subimos al coche y emprendimos el viaje, aun no comentaba nada sobre lo sucedido y note que el camino a casa quedaba de lado para seguir uno muy distinto. Al fin llegamos a una construcción cuadrada, rodeada de una gran barda y con jardines en la parte de atrás. Me negaba a quedarme ahí internada y mientras mi madre me trataba de explicar lo bien que me haría estar ahí unas semanas note que desde la planta alta, a través de una ventana un hombre con la mirada perdida se asomaba. Las personas aquí parecen autómatas, me asustan.
Una vez dentro me aislaron en una habitación con apenas una cama anclada al suelo y un ventana pequeña bordeada por fuera de barandas muy gruesas. Aquí los días parecen interminables y las noches suelen no existir. Antes de que la luz del sol se aleje nos suministran medicamentos para mantenernos bajo control. Realmente no hay mucho que hacer y algunos pasan las horas mirando hacia el jardín, como buscando una salida, un orificio u alguna otra forma de saltar y escapar.
Esta noche he resuelto no tragar el medicamento y entonar bajito toda la noche mis canciones. Recordar mi vida anterior o solo disfrutar el estar consciente de que aun puedo decidir algo.
Ya pasan de la media noche y me siento abrumada por la soledad y el silencio. Abro con mucho cuidado la puerta de mi habitación y la guardia parece haberse movido de su lugar habitual. Camino por el pasillo y siento como el viento corre haciendo crujir algunas láminas sueltas en lo alto del edificio. Tengo frío y me rodeo con los brazos mientras avanzo de puntillas. Escucho ruidos y voces dentro de una de las habitaciones. Me asomo empujando la puerta sin percatarme del ruido que hace al abrir. Un enfermero con un tono de impaciencia reprende a un interno, siento que pronto estaré en problemas si no regreso a mi cuarto. Lanzo una mirada de a el hombre asustadizo y me retiro lo más rápido que puedo olvidando la puerta abierta. Por fin llego a mi habitación, me siento sobre la cama dura, muevo mis manos y mis pies tintinean. La luces ya tienen unos minutos encendidas, escucho pasos apresurados por el pasillo… una enferma entra y trae consigo una jeringa cargada; no me resisto, me toma del brazo y la inserta causándome un dolor intenso al pasar el liquido a mi cuerpo. Me recuesto cerrando los ojos al mismo tiempo que pienso que esto es un infierno y es ahí cuando todo se vuelve negro.
Taun We