La noche se hacía presente poco a poco sobre las calles empedradas de aquel pueblo. Lucía descansaba recostada sobre su cama individual y de vez en cuando cerraba los ojos para recordar los momentos “mágicos” -así catalogados por ella,- que había pasado con su enamorado. Cobijados por la neblina, a un costado de la laguna de San Román, estos se besaban y acariciaban bajo un gran sauce que simulaba una cortina verde llena de vida. Lucía, con su cabello largo -en un tono más claro de lo que ella hubiera elegido-, ojos grandes y un tanto inflamados por la falta de horas de sueño; era extremadamente delgada y enfundada sobre unas botas negras con remaches que simulaban ser de plata, se movía uno o dos pasos lejos del cuerpo de Jake. Este por su parte solo se limitaba a tomarla por la cintura con uno de sus largos y fuertes brazos para atraerla hacia él y besarla apasionadamente; mordiendo tímidamente el labio inferior de Lucia, sentía que nadie podría romper el encanto de aquellos encuentros.
Sobre la puerta en color crema que limitaba la habitación de Lucía, Georgina golpeaba insistentemente sin lograr alguna reacción en la joven, era como si se encontrara en otra dimensión y nadie lograra -incluso los golpes sobre la puerta asegurada- traerla a la realidad. A lo lejos escuchaba las cálidas melodías de James Flint y seguía imaginando su vida al lado de Jake. Mamá Geo, como le decía Lucia de cariño desespero al no encontrar respuesta y avanzó por el pasillo de la segunda planta de la casa en busca de la gaveta donde guardan una copia de las llaves de las habitaciones.
Al girar la llave y empujar bruscamente la puerta, Lucía se incorporó de un salto preguntando el porqué de la intromisión. Geo solo le recordó que a las ocho de la noche, como cada semana tenían que asistir a las reuniones del coro.
Ya faltan veinte minutos y debes apresurarte para no llegar tarde -dijo Geo dando la media vuelta; no sin antes lanzar una fría mirada a la chica por no abrir la puerta cuando se le solicitaba.
Estirando los brazos y piernas al tiempo que de dejaba caer otra vez sobre la cama Lucía pensaba en la enfadosamente molesto que le resultaba asistir a dichas reuniones y sobre todo cantar aquellas canciones a las cuales ya no les encontraba sentido alguno; canciones que no lograban despertar la mínima emoción comparada con lo que Jake le hacía vibrar dentro.
Una hora más tarde, y formada en una veintena de personas entonaba perezosamente los cánticos y alabanzas al cielo, volteando y con las manos hacia el techo con decoración gótica del recinto, donde entonaban sus rezos, plegarias y agradecimientos más profundos. Ángeles con figuras espectaculares, muslos torneados, alas al viento, caras sonrientes. Santos, Vírgenes y la cruz enorme de piedra al centro no eran capaces de lograr que Lucía se concentrara y olvidara por un momento a Jake, a su hermoso y rubio novio. Ese que hace un par de meses había conocido en una fiesta escolar. Ella caminaba presurosa por el patio de aquella casa vieja a las afueras del pueblo, huyendo de un pretendiente alcoholizado y sin fijarse en donde se ocultaba se agazapo tras un carro viejo, con los asientos podridos y un aroma a casa de gato casi insoportable; pero justo ahí Jake encendía en medio de aquella oscuridad un cigarrillo sin percatarse la presencia de Lucía. Cuando por fin se dieron cuenta de que compartían escondite se sorprendieron…
Sentado en una banca cerca de la salida del templo un joven espera pacientemente a que su amada termine de fingir devoción y sorprenderla. El cielo comienza a amenazar con lluvia; al tiempo que se hace sentir la tormenta eléctrica la figura de un hombre alto, vestido de negro entra silencioso y con un halo de misterio. En el instante que marca el segundo paso en el suelo un rayo parece dividir el cielo en dos; haciendo voltear a todos los presentes e iluminando la blanca faz de aquel ser con aspecto extraño. En unos segundos el hombre se sienta atrás del lugar que ocupa Jake, pudiendo ver claramente el cabello rubio y enredado que le cae sobre el cuello blanco, cubriendo el cordón que mantiene al frente, sobre el pecho del muchacho una hermosa cruz de plata con incrustaciones de cristales negros, dando el aspecto de ser antigua y no muy cara monetariamente pero sentimentalmente plagada de recuerdos impagables.
A lo lejos Lucía mira insistentemente el reloj, notando que los minutos se hacen eternos. Observando desesperada a un lado y a otro nota que a lo lejos la silueta del hombre desconocido se posa sobre uno de los asistentes, y este con un gesto de calma se desvanece sin que nadie más vea la escena. Lucía se apresura a correr al auxilio de dicha persona, corre alrededor de la baranda que separa el espacio del coro del altar mayor. Una vez frente a la fila de asientos y seguida por la mirada de sus compañeros, no percibe nada extraño, es como si todo fuera una alucinación, un fragmento salido de su mente para opacar el aburrimiento que poblaba su entorno. Se acercó lentamente buscando entre el respaldo y la madera forrada de terciopelo, donde se hincan humildemente los creyentes, encontrando la cruz de plata de Jake. Un horrendo presentimiento llega adentrarse en su pequeño cuerpo haciéndola correr a la entrada principal, una vez ahí, con largas lágrimas que se confunden con la apacible lluvia que cubre el pueblo, Lucía cree que no volverá a ver a su Jake, a su hermoso y rubio novio.