¿Sigues siendo un pervertido? -pregunté apenas distinguí su figura en la puerta.
-Me dio el pase al tiempo que esbozaba una enorme sonrisa.
Es
encantador -pensé y me quedé ahí parada, me sentía un conejo asustadizo
en un enorme bosque; señalando que ese bosque se limitaba a una
estancia, seguida de un pasillo estrecho que terminaba en una puerta al
centro en color rojo y dos más, una a cada lado, en color blanco que
acentuaba perfectamente el tono de la que después sabría guiaba a su
habitación.
-Y tú, ¿Qué eres ahora? -preguntó interesado.
-Pues soy... yo, tu amiga ¡¡Lo recuerdas!! ¿Verdad?
-Y estalló en carcajada, al tiempo que mi leve risa le seguía los pasos mientras me guiaba tomado de mi mano suavemente.
-Me
senté sobre un sofá hermosamente forrado en un tono violeta. Todo en la
decoración gritaba "mírame"; un enorme vinil en la pared principal
mostraba dos dientes de león, conservando algunas de sus hojas y algunas
más regadas "al viento", estas a su vez formaban diferentes figuras, yo
clavé la mirada en aquella que mostraba dos cuerpos casi insondables.
En
ese lapso de tiempo olvidé a mi acompañante hasta que lo miré cruzar
nuevamente la puerta cargando una charola con algo de comida, dos vasos y
una botella.
-¿Recuerdas la última vez que aceptaste verme? -preguntó sin dejar de mezclar los vasos.
-Claro,
como olvidarlo. Tenías un grupo, viajabas de aquí para allá. Te perdí
la pista y luego... ¿Qué paso, por que la decisión de cambiar ese estilo
de vida tan acelerado?
-Me lié con personas no muy gratas, y así en corto pase un tiempo encerrado. Al salir me vi solo y comencé de nuevo.
-Debiste
llamarme, al menos una visita y cigarrillos te habría ofrecido. -Le
dije sinceramente, y me miro de esa forma que casi había olvidado, y
afortunadamente volvió a mí.
-Lo pensé mucho, fue lejos de aquí, del otro lado. No creo que hubieras podido ir. Pero gracias.
-No,
realmente no hubiera ido; pero una llamada que tal -Y lanzó un guiño,
antes de finalizar-, afortunadamente te repusiste y parece que no te va
tan mal.
-Me va bien, comparto casa, trabajo y exploto a dos que tres viejas que se dejan. -dijo cínicamente.
Para
ese entonces ya tenía un vaso entre mis manos, los chocamos en señal de
aprobación y el dijo salud mientras le sonreía sentado frente a mi,
sobre una pequeña mesa de centro.
Es tan encantador, no dudaba
que la última confesión fuera cierta. A pesar de ser algo mayor siempre
me miré de más edad junto a él y aun ahora sin sus fachas de rockero
incambiable lucía de menos de treinta.
-En aquella soledad, tras
esos barrotes y tratando solo de mantenerme vivo, casi olvido el calor
que emana tu cuerpo, la risa que me contagias y lo tímida que pareces.
-dijo, al tiempo que me veía fijamente, su mano derecha frotaba mi muslo
y la otra mi mejilla.
Frente a frente no se puede emprender la
huída. Como resistirse ante esas palabras; no ante él, hombres hay
muchos, sin embargo la entonación, la emoción, lo sincero de sus
movimientos. Terminó por ganarme y me acerqué a besarlo; fue como el
primer beso. Una nueva cuenta y a pesar de conocernos bien parecía que
comenzábamos otra historia, una muy corta según mi intuición pero muy
grata de ser vivida.
Más tarde las sábanas tenían un
olor penetrante, muy rico y difícil de olvidar, fue como despertar a la
primavera después de haber dormido por largos meses. Él significaba
mucho para mi y me preguntaba por que entre sus brazos mi vida tomaba
otro sentido. Volví a recorrer su espalda con mis manos, tenia una
cadera firme, que me invitaba y me pegué a ella cruzando mis brazos
sobre su pecho. Pude sentir su respiración pausada, parecía dormir
profundamente al tiempo que yo creía tener una única certeza y era que
estaba en el lugar correcto, fuese cual fuese este, ya que para no
variar me había perdido antes de llegar. Giré a la derecha, después a la
izquierda y paré un par de veces confusa hasta que un mensaje oportuno
en el celular me orientó y guió a sus brazos.
-¡Como quisiera amarlo! -pensé, antes de quedarme profundamente dormida.