Fue extraño como de pronto llegaste a media tarde, la casa -casi- vacía y la posibilidad de estar juntos presente; sin planearlo nuestros horarios coincidieron. Timbraste algo asustadizo y dándole vueltas a algunas mentiras creíbles; dependiendo de quien te atendiera cambiarías la versión. Brinqué de la cama al escuchar el ruido, dejando la computadora encendida sobre el buró. Me sorprendió verte y aun más que dijeras que no te dio tiempo de anunciarme que vendrías a la ciudad.
¿Puedes salir un rato? -preguntaste mientras inclinabas la cabeza unos centímetros-, esa postura me trajo buenos recuerdos.
Claro -respondí sin ocultar mi sonrisa-, deja me pongo zapatos y otra ropa -te grité mientras corría por el pasillo hasta entrar en la habitación-; para cuando salí ya estabas en el vehículo esperándome. Me apresuré a girar la llave en la cerradura de la puerta y salí un tanto azorada por lo que pudieran pensar mis vecinos comunicativos.
Al principio todo fue silencio y miradas hasta que me ofreciste algo de tomar, quiero un Caribe -te dije mientras veía como sonreías inverosímil-. En pocos minutos estábamos en un autoservicio comprando frituras, caribes, chocolates y cervezas, resulto ser rápida la transacción, una vez en carretera y camino a un lugar alejado encendí mi música y aunque no compartimos gustos te movías de un lado a otro con muy buen ritmo, me hacías reír con gestos graciosos y esos besos tronados que sueles enviarme para tratar de ruborizarme. Nos estacionamos en un pueblito (con una fecha por nombre) a las afueras de la ciudad.
Extendiste un manta sobre la capa de hojarasca en el suelo y nos sentamos a comer y beber del collage de sabores que elegimos en la tienda. Jugamos a siete rondas de todo un poco y al paso de los minutos nos moríamos de risa por las manchas de chocolate en las mejillas que sin querer dejé al tratar de hacerte comer a prisa, y bueno, supongo que la cerveza hizo lo suyo... La tarde comenzaba a caer y el sol a perderse, recostada panza abajo me contabas las historias mas tontas que había escuchado e inevitablemente me provocabas reír contagiándote la alegría; me dolía el estomago y pedía que pararas una y otra vez... me dijiste que ya estaba bien, que hablaríamos seriamente...
Bueno -respondí mientras me hincaba creyendo que por fin me dejarías descansar-, eleve la botella y mientras trataba de beber todo el líquido que contenía el envase con sabor a durazno y alcohol comenzaste a contar una nueva anécdota provocándome tal risa que solté el envase, cayendo sobre la manta y mi ropa; dejando una enorme mancha y haciéndome estremecer por el frescor de este; siendo suficiente para que volviera el descontrol y nos carcajeáramos por largo tiempo...
Fueron algunas horas las que pasamos juntos y como siempre se nos hizo muy corto el tiempo, tenias que viajar esa noche a casa -de vuelta a extrañarte, pensé- y eso nos borro la sonrisa por un momento, nos despedimos unas cuadras antes de casa para luego regresarme sana y salva.
Las luces apagadas fueron la señal de que nadie había llegado y sentí un enorme alivio, entré a casa cerrando cortinas y encendiendo la luces, al dar media vuelta para recorrer el pasillo sentí como se estacionaba la camioneta de mi familia afuera y me apresuré, prendí la TV., cambie mi ropa por la anterior, me senté en la cama, tome la compu aun encendida y fingí aburrimiento total mientras por dentro sentía como se resintieron mis costillas por la alegría que sueles transmitir.