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domingo

Los mismos sueños



Me atormenta el destino, es como si todo se resumiera a tener que recorrer los mismos sueños, sin tener la certeza de que algún día se cumplirán. Los caminos que guían mis pasos se desvanecen por momentos, dejando a la esperanza el gran trabajo de mantenerme a flote mientras sea posible, o hasta que el sendero vuelva a tomar color.

 He soltado la mano de mis aliados y surgen ante mi personajes que aseguras qué no existen. No los consigo definir. Tengo miedo...

Taun We

miércoles

Algo nuevo surgió...


Conocí una parte de la vida que estaba negada a mis ojos. La podredumbre humana con sus bajas pasiones, sin valores; los sueños reales en personas erradas y lo que un alma tóxica puede contener. 

Los límites de las palabras que siempre fueron mis aliadas y se volvieron contra mi, me mostraron su poder para que las admire más, respete y use de acuerdo a mis convicciones. 

La vida en su máxima expresión abrazada por la oscura muerte en su infinita y paciente espera. 

Casi caí en la trampa, tus ojos me salvaron como lo han echo por años, tus manos me recordaron el calor que mi cuerpo olvido casi por completo. Tus labios sobre los míos reclamaron el derecho de propiedad; regresé a tus brazos, a la vida y algo nuevo surgió.

Taun.

martes

Palabras Contra el Olvido II


Palabras contra el olvido, contra esa oscuridad que  devora hasta la luz del día.

Hablar para combatir el olvido es natural en los hombres. Articular palabras que se deslizan sobre el espacio hasta caer en oídos de otros, es una comunión cotidiana que se disfruta a diario, desde "Buenos días" hasta el hablar de los amantes en las horas de la noche; porque los hombres no somos sino palabras que se transforman en tabiques, muebles, guisos, bailes, poemas, conocimiento, hijos y silencios.

Las palabras contra el olvido nos aproximan al mundo que se extiende más allá de lo tangible, al futuro, pasado y presente tejidos en la realidad más fina, a las palabras de los muertos, al susurro de una tierra recién arada. A los andares y vestires de quienes transitamos las calles, los mares y las sierras. Luchar contra el olvido llevando como arma las palabras es una labor grata en tierra de cantores. 
Combatamos pues el olvido, basta con observar nuestro derredor, hablar y permitir que el silencio llegue sólo como pausa. Así se libra esta batalla. 

Jesús Paredes 




domingo

El Clavo / Alguien dijo



Todo lo revivido se estremece.
Repites las historias muy despacio
con los nombres del mundo de los muertos
pues lo bello, al final, resulta triste.

Las huidas sin carrera son la imagen
grotesca de los sueños, el agua que se escapa
entre las manos y, por eso, prefieres
cambiar aquellos nombres y lugares, dejar
sólo los hechos con los sentimientos
que arrastran.
Puede ser una señal
y casi te deslumbra.
En el dolor, no obstante,
el abrazo es más rápido que un cepo.
Ser uno mismo, sí, pero antes ser de otros.



Un intruso nos somete, 1997
Juan Carlos Abril

Mayo cruel



La vida es un sorteo. Ganas o andas por ahí sin dueño. Deambulas por una línea recta que hace zigzaguear la mente y aunque intentas, sin éxito, enmendar las faltas, volver a la tómbola y obtener algo mejor, la esperanza sigue dentro de ti haciéndote cerrar los ojos, trastabillar una vez más, caer en algunos brazos si tienes poquita suerte, o de plano sobre el asfalto fresco de este mayo cruel.

Taun We

sábado

Clara (Alguien dijo)

A veces, sin decir ninguna palabra, me abre la puerta de la habitación y yo, que suelo estar sentada en el pasillo cazando mariposas al vuelo, con algún libro en la mano de los que ella me dejó hace tanto, o contando las baldosas grises y blancas que me acercan a su puerta mientras pienso qué podría yo contarle esa noche antes del paseo, entonces, me levanto y voy tanteando la penumbra hacia el hueco que ha quedado abierto entre madera y pared. Y acerco tanto mi cara a la tan estrecha rendija que nos separa que puedo sentir el vaho del vacío oscuro que hay en su habitación y el aliento de su soledad no forzada, aunque mucho menos querida de lo que las dos creímos al principio. Respiro de su mismo aislamiento y le pregunto entonces que si hoy tampoco. Le digo: «Clara, Clara, ¿hoy tampoco?», y ella me susurra que no, que hoy tampoco. «¿Y el paseo?», le digo casi sin voz. Y ella primero calla y luego me dice que caminará al llegar a la página ciento ochenta y tres de su libro, el que ahora lee o escribe. No sé. No sé qué hace. Pero entonces le pregunto si me dejará pasear con ella y, a veces, después de años de espera, me dice que sí. Y a veces me dice que no. Y vuelve a cerrar la puerta. Y entonces, cuando se encierra de nuevo, me ahogo de ansiedad y me sorprendo tendida de cuerpo entero sobre las heladas baldosas grises y blancas del pasillo. Porque, ¿qué sé yo cuándo va a volver a abrir? Y porque, ¿qué sé yo si ella querrá verme en su próximo paseo o no?
Voy a la cocina y preparo una taza de leche. No la bebo porque es para ella, que tampoco la bebe.
No sé qué hace en la habitación. Al principio se lo preguntaba: «Clara, Clara, ¿qué haces?», y no me contestaba. Y yo pensaba que estaría dormida y la dejaba dormir. También al principio, otros amigos —los afables amigos que antes solían venir a casa— se acercaban lentamente a su puerta y se interesaban con voz festiva por ella. «Vamos, Clara, Clarita», decían. «Sal de ahí, que queremos verte y hablarte. Queremos hablar contigo, Clara. Pero así no podemos. Anda, sal de ahí». Y ella no contestaba ni tampoco salía. Yo a veces le oía susurrar a kilómetros de distancia un sonido triste, perdido, que se iba transformando en la palabra mentira. Y nuestros amigos, los amigos tan amables que antes venían a casa, me comentaban durante la cena fría que qué pena, con lo deliciosa que era Clara. Y lo inteligente. Y también a veces decían que con un futuro tan brillante, y que con lo bien que hablaba. Y yo me confundía y pensaba: «Pero si nunca la escuchabais, si nunca creísteis lo que decía, si nunca mirabais sus ojos, si nunca prestabais atención».
«De todos modos, yo creo que Clara sigue siendo una dulce y triste damita…»
«Encantadora y lánguida…»
Y a veces, entonces, podía caerse la lámpara de arriba o llegar hasta nosotros el estruendo de un vidrio al quebrarse contra algún muro.
«¿Es Clara, Clarita?», preguntaban.
«No. Será el gato».
Nuestros buenos amigos ya no vienen tanto a casa. Yo no sé si era el gato, pero tampoco sé si era Clara. Ella ya no salía de la habitación y el gato apareció muerto en la despensa una mañana de invierno hace ya dos años. Lo encontramos al amanecer. Hacía tanto frío y el pobre gato estaba tan tieso y con los ojos tan abiertos, mirándonos fijamente, rogándonos que lo sacáramos de allí. Clara lo recogió del suelo, lo miró y se lo acercó un poco. Lo mantuvo junto a su pecho durante un breve instante y dijo «ha muerto». A continuación lo tiró al contenedor de basura y cerró la ventana. «Te prepararé el desayuno y luego podemos ir a pasear hasta el lago».
—Pero si llueve —dije yo.
Ella me miró y se fue hacia el armario de las tazas.
—Si no quieres venir, puedes quedarte leyendo o también puedes empezar a buscar el espíritu del gato. Seguramente estará por el piso de arriba. Si no lo haces tú ahora, tendremos que hacerlo las dos esta tarde o mañana. No podemos dejar que vagabundee solo por ahí, sin saber en qué parte de la casa va a querer quedarse. Tendremos que poner su comida allí donde él esté, y supongo que se decidirá por el piso de arriba. Siempre le ha gustado más.
Desayunamos y fui con ella hasta el lago. No quería buscar el espíritu del gato yo sola por las habitaciones oscuras de escaleras arriba.
A veces Clara se quedaba toda la noche sentada ante su mesa sin dormir, pero a la mañana siguiente seguía siendo ella quien venía temprano a mi habitación para despertarme y para contarme: «Hoy pasearemos hasta el lago». «Hoy dormiremos hasta la hora de comer». «Hoy contaremos los libros de las estanterías y leeremos primero los que tengamos dos veces, porque eso quiere decir que nos gustaron mucho en dos momentos distintos». «Hoy escribiremos sentadas en las escaleras, yo arriba y tú abajo». «Hoy iremos a la ciudad a comprar un perro». «Hoy no nos vestiremos y saldremos así, en camisón». Y yo solía decir: «Pero si llueve». Entonces ella me miraba: «Hoy bailaremos danzas turcas». «Hoy daremos ración doble al gato». Y una mañana dijo: «Hoy no hablaremos». Y otra mañana dijo que hoy se encerraría en su habitación para siempre y que no saldría jamás. Y yo pensé: «Pero si hoy no llueve».
Y se encerró.
Yo imaginaba lo que podría estar haciendo. Estaría sentada en el suelo con un libro delante, o en la silla mirando una hoja blanca de papel que nunca empezaba a escribir, o frente a la ventana cerrada, atontada con las nubes grises, y pensé que saldría por la noche a la hora de la cena porque venía gente.
Pero no salió. Y la gente llegó, cenó y se marchó.
—Qué pena que Clara esté indispuesta.
—Sí —decía yo.
Y miraba hacia arriba, con la esperanza de verla aparecer en cualquier momento.
Cuando desapareció el último de sus amigos, supe que Clara se había encerrado. Y el espíritu del gato atravesó velozmente la casa ante mis ojos.
Entonces me dejé caer al suelo y me deshice el pelo.

Pilar Adón / El mes más cruel

jueves

Puertas abiertas



Se marchó sin avisar, azotó la puerta 
No me canso de buscar alguna respuesta 
No sé si vuelva la verdad, la vida da tantas vueltas 
Pero me quema la ansiedad...
Y dejo puertas abiertas 
Por si anduviera perdida 
El corazón en la mesa 
La cama dispuesta de noche y de día 
Y dejo puertas abiertas 
Por si regresa algún día 
Que por mas lejos que vaya yo sé que me extraña 
Me dejó en medio del mar 
Sin chaleco a la deriva 
Se llevó mi vanidad, le clavó una espina 
Yo que jamás creí llorar, la vida da vueltas 
Pero me quema la ansiedad... 

Y dejo puertas abiertas