Abrir lo ojos es difícil. El lugar en el que desperté era un tanto sombrío; a través de las paredes se colaba algo de luz del exterior. Quedé en una posición incómoda y me estiré tanto como pude pero el espacio era insuficiente y asfixiante. Mi piel estaba húmeda y tenía un olor rancio. El corazón me empezó a latir fuerte antes de darme cuenta en donde me encontraba y tomar seriedad en quien me había convertido en realidad. Pasaron los días y la incomodidad era angustiosa. La mayoría del tiempo permanecía dormida o en un letargo tranquilizador que se fue haciendo menos al correr el tiempo. Me tenían como encarcelada, sin contacto con nadie y aunque me proveían de todo lo necesario para vivir algo me decía que era la hora de salir.
Empujé con mucha fuerza las paredes, una y otra vez mi frágil cuerpo se estremeció por el movimiento que ocasionaban los golpes. Cuando creí darme por vencida un huequito dejo pasar un rayo de luz que cegaba mi vista, continué hasta que mi cabeza estaba fuera. Lo peor había pasado (pensé). Se me puso la piel de gallina al ver que unas manos enormes intentaban agarrarme y traté de emprender la huída pero mi cuerpo seguía dentro del cascarón. Una vez en dichas manos y ante esa imponente mirada solo escuché: “Qué amarillo es”.
13/Febreo/2009
Cecy =P
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