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lunes

Luz de sirenas



Me encontraba recostada sobre una cama maltrecha de tablas y retazos de madera, materiales que seguramente estaban resignados a desgastarse bajo los rayos del sol y las inclemencias del tiempo, antes de cargar cuerpos cansados toda la noche y quizá la mayor parte del día. Soportar los ruidos nocturnos y apasionados de algunos, las quejas, oraciones y simpladas que se llevan a cabo sobre cualquier mueble que nos brinde un poco de comodidad. Las paredes que me protegían de la fría noche, estaban construidas con tierra y paja; adobes que a fuerza de quedar unidos se resignaron a fundirse unos con otros, no más afortunados que la madera que me soportaba. Me cubría unas telas rasposas y que despedían un aroma añejo y humedad. Me sentía agotada por el recorrido y lo único que deseaba, aparte de otro entorno, era dormir un poco antes de regresar al autobús y seguir el viaje.

Me creí satisfecha al pasar la media noche y el sueño llego a mí lentamente. Unas horas después desperté sintiéndome a un sumergida en el sueño e impresionada por los gritos desesperados de una mujer arrinconada en la habitación, esta se cubría el rostro con las manos mientras levantaba la barbilla tan alto como le era posible, para luego soltar un espantoso chillido. Me tomo por sorpresa y solo cerraba los ojos y los volvía abrir de la incredulidad que me provocaba aquella escena. Por momentos pensaba en salir corriendo pero algo me lo impedía, sentía una especie de nauseas, mareo; y a la vez curiosidad por enterarme cual era la causa de tremendo escándalo, y él porque nadie acudía en mi auxilio.

 La casona donde nos hospedamos no era muy grande y los cuartos contiguos tenían solo unos pasos de separación. En el otro rincón sombrío, opuesto al que se encontraba la mujer, comenzó a vislumbrarse la figura de un hombre colgado con una cuerda muy gruesa y visiblemente rugosa. Me miraba fijamente y el dolor brotaba por sus ojos envueltos en grandes ojeras marrones que parecían lentes de sol. Me sentía acorralada y con un profundo temor por lo que pudiera sucederme. La mujer lanzaba de vez en cuando una mirada a el hombre, esté sólo movía los miembros inferiores para lograr zafarse de su atadura, mientras ella seguía sollozando entre gritos que se sofocaban entre sus manos mientras se cubría el rostro una vez más. Parecía no existir para ella y llegue a sentirme como un intruso, como un jovenzuelo espiando por la ventana, cobijado por la fría madrugada. En cuclillas sobre la angosta cama y cubriéndome con la frazada hasta la nariz, con solo los ojos fuera de está me limite a esperar, aunque en realidad no sabía para que le daba tiempo al tiempo, las cosas no parecían cambiar.

 Algo comenzó a moverse muy sutilmente por debajo de las tablas que me sostenían. Comencé a temblar profusamente de miedo y me recosté bocabajo con las manos sujetas a la orilla de la cama, para usarlas de palanca y lograr bajar lentamente la cabeza para alcanzar ver lo que me acechaba. Mi cuerpo seguía moviéndose involuntariamente y se me dificultaba mantenerme en aquella incómoda posición. La cosa seguía moviéndose y de pronto se escuchó un sollozo lento, parecido al de un cachorro perdido. Por fin alcancé a bajar los brazos y apoyarlos sobre el piso de tierra dura, extendí uno de ellos y aun sin lograr ver algo entre la penumbra bajo la base de madera alcancé a jalar una caja de cartón que contenía lo que me causaba tanto temor, sentía mientras la arrastraba hacia mí que la cosa se retorcía y pensé que antes de verla frente a frente debía buscar algo con que defenderme por si ocurría el temido ataque. La solté de golpe y se tambaleo de un lado a otro, me incorporé y corrí por la tranca que mantenía la puerta cerrada por dentro, era un palo grueso y pesado, suficiente para darle un buen golpe y aturdir aquella cosa mientras emprendía la huía. La mujer y el colgado seguían como si nada los perturbara en su afán por liberarse y seguir llorando respectivamente.

Una vez junto a la cama me arrodille y jale fuertemente la caja con una mano mientras con la otra me alistaba para derribar a la cosa en caso de que me atacara. Mis ojos parecían no creer lo que veían dentro de la caja, fue tanta la impresión que el trozo de madera se soltó de mi mano causando un ruido penetrante y ensordecedor, mientras rebotaba un par de veces sobre el piso. Noté que la pareja me miraba de una manera muy extraña, como si a penas se hubieran percatado de mi presencia y se dieran cuenta de pronto que les robe algo. La mujer se puso de pie, con su vestido desgarrado y los pies descalzos, dio un par de pasos adelante. La cuerda que sostenía el cuerpo del hombre soltó sus amarres dejándolo caer de manera repentina. Ella corrió en su ayuda y se hincó junto a Él para sostener su cabeza sobre las piernas. La cosa que contenía la caja se movía y poco a poco logro deshacerse de la mantilla que lo envolvía. Era un bebé de escasos meses. De piel canela y regordete, cabello delgado y rebelde que formaba una maraña en la nuca. Mientras lo contemplaba me di cuenta que una luz se acercaba lentamente.

Sospechaba que por fin alguien acudía ayudarme. La pareja que yacía en el suelo se incorporó y se acercó formando un medio círculo en torno a la caja. Yo aún estaba arrodillada frente a ella y eleve mi cara para verles más de cerca. La faz que ahora presentaban era de una inmensa tranquilidad, sus ropajes ya no lucían deteriorados. La luz se detuvo frente a la puerta dejándola entrar solo por los huecos entre las tablas de esta. Comenzó el crujido de la puerta al abrirse dejándonos ver la silueta de una hermosa mujer que vestía un elegante traje negro, con piedras bordadas que brillaban al compás de los reflejos de luz del candil dorado que sostenía con una de sus manos enfundada en un guante oscuro de fino encaje. El candil en su interior contenía tres sirenas en tonos azules que sostenían la llama que nos alumbraba. La mujer llamaba con el dedo índice a la pareja que parecía no resistirse.

Me incorporé cargando la caja y acercándoselas para que la llevaran consigo. La mujer beso la frente del infante mientras el hombre sostenía su pequeña mano con ternura. Lo tomaron de la caja mientras esta quedaba con la mantilla sobre mis manos. Lo sostenían como si fuera de cristal y temieran quebrarlo de un momento a otro. Con sumo cuidado se lo cedieron a la mujer que sostenía la luz; esta dio media vuelta y se alejó con la pareja siguiendo sus pasos, uno tras otro cual fila india para luego perderse en la niebla de la madrugada. Yo no sabía si debía informar de lo sucedido, alojarme en otro cuarto, gritar, llorar y así que me derrumbe sobre el lecho para asimilar lo sucedido; en cuestión de segundos ya estaba soñando.

Al despertar mi mente estaba confundida, me parecía todo tan lejano y fuera de  lógica; como un extraño sueño. Me apure en salir lo antes posible y seguir mi camino, al subir al autobús nadie parecía alterado por un mal sueño y decidí guardar para mí la experiencia de aquella noche. Solo a una persona le conté lo sucedido casi al final del paseo de verano. Al regresar a casa y a unos días de mi cumpleaños sonó el timbre de la entrada, era un mensajero que traía una caja transparente con un enorme moño negro, la cual coloque sobre la mesa de entrada para firmar la nota, mientras lo hacía note que una hermosa luz emanaba dentro de ella y me apresure a despedir al enviado. Ahora mientras escribo me cobija la luz de la lámpara que aquella hermosa dama sostenía.

Taun We

1 comentario:

Alexandro dijo...

Buen cuento. Me gustó mucho el final, eso de la lámpara que regresa, de pronto, de lo que parecía una fantasía o bien un sueño, para afirmar la realidad de lo sucedido.